Suéltalo
- Acaso tengo opción.
- En realidad, no.
- Entonces venga. ¿Quieres una
copa?
- Sí, está bien, una copa me viene
bien.
- Te escucho.
- Hay algo que me tiene preocupada.
Creo que ya no lo soporto. Me sabe mal hasta decirlo, pero de verdad ya no se
me antoja.
- ¿Estás hablando de…?
- Sshhhhhh... no me lo menciones.
Por ahora no. Siento que si lo nombro en voz alta, me arrepiento. Y aún no me
convenzo de estar totalmente decidida a abandonarlo.
- Siempre hay una primera vez. Un
punto de quiebre.
- Puede ser que tengas razón.
- Claro que la tengo, no se
necesita entender mucho para saberlo.
- Perdóname por no deducir lo mismo
a la primera.
- Quizás un día lo logres.
- ¿El qué?
- El deducir algo a la primera.
- Detesto cuando te pones demasiado
lista.
- Debes detestarme a diario.
- No sé si eso fue sarcasmo o
soberbia, pero elegiré pensar que fue lo primero, por mi bien y por el tuyo.
- Tú sabes bien qué fue.
- A veces me dan ganas de cortarte
la cabeza.
- Es una muy mala idea viniendo de
ti.
- ¿Acaso crees que no lo sé?
- Ya en serio, ¿qué está pasando,
acaso es una mala broma? Como me explico y le explico al mundo que un día me
desperté así, sin soportarlo, después de haberlo amado tanto.
- ¿Amor? Eso no es amor. ¿Por qué
insistes en intentar que te siga gustando lo que a todas luces ya no te gusta?
- Son demasiados años juntos.
- Nada es eterno.
- Odio los clichés.
- Aferrarse a algo, justificando
demasiados años juntos también es un cliché. Y de los malos.
- Si dices la palabra “tóxico” te
mato.
- La dijiste tú.
- ¿Cómo podría considerarlo tóxico?
Ha estado en las buenas y en las malas. Me ha visto crecer, madurar, llorar,
reír. Hemos celebrado triunfos, bodas, cumpleaños. Siempre ha estado de mi
mano, en todo momento. ¿Cómo puedo traicionar eso, y dejarlo así, sin más?
Admito que soy dependiente de su compañía.
- ¿Segura?
- Claro que estoy segura. Es una
extensión de mí. Siempre he sido… o bueno, por lo menos treinta años he sido…
- ¿Y ahora qué serás?
- No lo sé, la palabra ex, nunca me
ha gustado.
- ¿Serás una redimida o una
irredenta?
- Mientras no me digas empoderada.
- ¡Libertaria! Eso eres.
- ¡Uf! Sentí como se abrió el
grillete que arrastraba mi pie.
- Pues lo dirás de broma, porque te
gusta exagerar, pero yo desde hace tiempo te veo con una felicidad diferente,
más profunda, más sólida.
- No me hagas reír.
- ¡Ves! A esa sonrisa me refiero,
no la puedes ni ocultar. Te brilla hasta en los ojos. Te iluminas.
- Pues sí, no siento tristeza por
ya no quererlo, pero no me imagino mi mano en solitario. Mi boca libre de su
falsa lengua.
- Ya lo dejaste, pero aún no te
enteras.
- Todavía no me atrevo a pensarme
sin él. A decirle un adiós definitivo. ¿Y si me arrepiento?
- ¿Quién se puede arrepentir de
dejar una relación tan tóxica?
- Te dije que no dijeras esa
palabra. La detesto.
- Toxica y masoquista para que
termines de odiarme. Tú tan libre, y entregada a la esclavitud que te imponía
límites todos los días.
- Eres insoportable cuando te lo
propones. Suenas a revista barata.
- Pues búrlate todo lo que quieras,
pero antes de que retires la mirada del espejo y cerremos esta conversación,
admite lo inevitable. Tu relación de treinta años se terminó. Date cuenta. Hoy,
dejaste de fumar. ¡Aplausos!
A un par de meses a la
distancia, reconozco que el proceso ha sido muy raro. Fue mi cuerpo el que
decidió que ya no más. Yo solo le he seguido el cuento. Creo que esa felicidad
que muchos notan es tan real, que ya no dejó espacio para vacíos de humo. ¡Sea!