Una mujer. Muchas vidas.
Ayúdame a tratarte como te mereces, le dice él, mientras ella se consuela la mejilla enrojecida por el golpe y baja la mirada. Un niño escucha los gritos detrás de la puerta con la llave de la cerradura puesta. Ha jurado a su abuela nunca salir de su habitación cuando su madre está ocupada. Una carga de vergüenza lo invade, no sabe bien por qué. Quizás sea el pavor que siente cuando oye pasos cercanos y se paraliza, o es la pena de no tener el coraje para salir a defender a su madre, o de ser tan niño, tan chiquito, y sentirse aún más pequeño detrás de esa puerta, escondido bajo la cama. Un hombre se tambalea, da tumbos, se golpea contra las paredes, se tropieza. La llave en la mano que intenta insertar sin éxito en la chapa de la puerta de la casa blanca de tejas rojas. Se cansa, sopla, resopla, mienta la madre a la puerta, la patea, grita ¡Puta puerta! Rebusca entre las llaves del llavero. Intenta con otra, nada. Se desespera. ¡Ábreme pendeja!, grita. Patea la pue