La sábana
Hoy no tengo ganas
de ser amable. Para colmo se me perdió una sábana el sábado por la mañana y
ahora debo retomar su búsqueda.
Mis frustraciones son amigas de mi
casa. Me ponen a ordenar cosas. Es mi manera neurótica de calmar la mente
cuando está en bullicio.
Pero ordenar como consecuencia de
estar buscando no me da la misma sensación de armonía. Es como tener dos caos
al mismo tiempo. Se vuelve una actividad enredada, donde busco, no encuentro lo
que busco, ordeno lo que encuentro que no busco, sigo buscando, sigo
encontrando cosas que no quiero, me detengo a ver si las quiero o no las
quiero, si las tiro, las regalo o las guardo, y en ese frenesí de abrir y
cerrar cajones, se va volviendo más y más desordenado mi ser y mi micro mundo.
La sábana es de cajón, o sea la que
tiene elástico y cubre el colchón ¿dónde puede estar? Al principio pensé que no
podía estar lejos de la sábana de taparse y de las fundas de las almohadas, porque
eso sí está, y no hay lógica que eso esté y la sabana del colchón no. Pero busco
y busco, y nada.
He pensado en buscar en otros closets,
pero es que tampoco se me hace lógico que una sábana esté en un lugar donde no
hay sábanas ¿por qué estaría en otro sitio?
Trato de pensar si la presté, pero,
por qué prestaría solo una sábana de cajón y no todo el conjunto.
Y pues es por eso por lo que hoy no
tengo ganas de ser amable. Ni de ayudarle a nadie en nada. Ni de procurar a
nadie, ni de hacer una llamada o preguntar: ¿ya comiste, tienes hambre, te
preparo algo? Nadie me pregunta a mí si tengo algo perdido o si mis sábanas
están completas. Así que hoy quiero ser una egoísta que busca frenética lo que
tiene perdido y que en medio de la locura olvida lo que busca y encuentra mil
cosas que no quería encontrar y más enloquece.
Hay cosas que me gustaría que
encajaran a la perfección, como una sábana de cajón, pero nunca ha sido fácil.
Nunca he atinado en nada a la primera. Ni tino, ni suerte. Aún así, sigo
confiando y probando, pero nada. Siempre termino en el punto donde a mi pesar
debo volver a empezar de cero, investigar, sopesar pros y contras, trazar un
plan, intentarlo, aprender, ajustar, volver a trazar y luego, muy luego, es que
empiezo a ver un resultado que me satisface. ¡Qué cansancio!
Es como cuando quise una planta en mi
casa ¡un desastre!, se me moría todo. Así que tuve que aplicarme a estudiar el
suelo, el aire, el clima, la temperatura, el sol, la región y luego preparar la
tierra e ir sembrando poco a poco, hasta que logré tener el jardín que ahora
tengo y que tanto orgullo y satisfacción me provoca.
Aprovecho y me sirvo un café y me
siento en la terraza a ver el jardín.
Después de tres días de lluvia intensa
el día está luminoso pero fresco. En el jardín hay charcos y se removió la
tierra en algunas partes. Algunas plantas se desenterraron porque también hizo
viento. Cuando seque tendré que arreglarlo.
El aire corre y me mueve el pelo y
cierro los ojos y logro sentir calma. Mis días perfectos son así, con el olor a
tierra mojada, el viento fresco y sin ruidos.
El silencio es uno de mis placeres.
Recuerdo que una vez tuve un novio que
le encantaba tocar la guitarra. Lo hacía bien, pero lo hacía mucho. Demasiado.
A todas horas. Insoportable. ¿Dónde quedaría esa guitarra?, me pregunto
mientras recorro el jardín con la mirada, anotando mentalmente los desperfectos
que en cuanto la tierra seque tendré que reparar.
Veo en la esquina, pegado a la higuera,
una especie de tela o de lona. Se habrá volado basura. Es que ayer además de
lluvia hizo mucho viento.
Sin levantarme de la silla, estiro la
espalda y el cuello para tratar de ver mejor pero no logro distinguir qué es.
Basura, seguro.
Me acabo el café y entro a la cocina a
lavar la taza.
Me seco los pies en el tapete de la
cocina y regreso al cuarto de blancos a seguir ordenando mientras busco la
sábana perdida. Parece título de novela.
Me falta únicamente buscar en la
repisa más alta. Me da flojera traer la escalera del jardín, así que, de
puntas, estiro el brazo lo más posible y con la mano tanteo el estante de
arriba, hasta el fondo.
Con los dedos rozo algo que parece
madera. Poco a poco lo voy empujando para tratar de moverlo hacia mí.
Tímidamente se asoma la guitarra como
si tuviera miedo de mí. La tomo y la bajo, y veo que está rota. Aún tiene
restos de sangre y pelo.
De pronto recuerdo dónde está la
sábana. Eso no tuve que estudiarlo, ni practicarlo, ni que planearlo. Por
primera vez y quizás única, tuve un tino inaugural.
No sé si fue buena o mala suerte, pero
así fue. Di un golpe y la puntería no falló.
Una cancioncita suena en mi cabeza. Qué
absoluta sensación de paz encontrar lo perdido.
Ya la guardaré cuando la tierra seque.