Amanda sabía que escaparse no era la solución, pero en su alma adolescente el mundo se le había vuelto enorme y hacerle cara a la situación, una decisión para lo que no tenía valor. Había pecado, y lo sabía. Su madre la había cuidado con esmero preocupada por su futuro, poniendo todo su esfuerzo en hacer de ella, “una gran mujer, admirable y admirada”, como constantemente le repetía. A pesar de la vigilancia que le procuraba, Amanda había caído en uno de los pecados capitales, -el más perceptible, decía su madre-, tentada por un compañero de escuela, que poco a poco, con pequeñas dosis dulces, se había ido acercando a ella, volviéndose su mejor amigo. Braulio, era un muchacho con una gran inteligencia y de un físico espectacular y bien desarrollado, comparado con los jóvenes de su edad; sin embargo, su gran timidez lo mantenía alejado de los reflectores de los reyes adolescentes. Habían sido compañeros desde el 5º año, y aunque se trataban con cordialidad, siempre se mantuv
Manjares y otros placeres