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Mostrando entradas de octubre, 2015

Pecado capital

Amanda sabía que escaparse no era la solución, pero en su alma adolescente el mundo se le había vuelto enorme y hacerle cara a la situación, una decisión para lo que no tenía valor. Había pecado, y lo sabía. Su madre la había cuidado con esmero preocupada por su futuro, poniendo todo su esfuerzo en hacer de ella, “una gran mujer, admirable y admirada”, como constantemente le repetía. A pesar de la vigilancia que le procuraba, Amanda había caído en uno de los pecados capitales, -el más perceptible, decía su madre-, tentada por un compañero de escuela, que poco a poco, con pequeñas dosis dulces, se había ido acercando a ella, volviéndose su mejor amigo. Braulio, era un muchacho con una gran inteligencia y de un físico espectacular y bien desarrollado, comparado con los jóvenes de su edad; sin embargo, su gran timidez lo mantenía alejado de los reflectores de los reyes adolescentes.  Habían sido compañeros desde el 5º año, y aunque se trataban con cordialidad, siempre se mantuv

Limosnera

La veo en la banqueta con su cara agachada y la vista entre sus piernas, recargada en la fina cantera que enmarca la cara frontal del edificio. Desconcertante. Nunca había visto indigentes en la puerta del complejo de oficinas. El bulto de tela que cubre a quien esté debajo, desentona con la pulcritud del ambiente alrededor.  Me dan ganas de sentarme a su lado; estoy exhausta, ha sido un día muy largo, antecedido de una vida prolongada sin un minuto de paz para tomar un descanso. Siento las abultadas varices de las piernas, como gusanos quemadores queriendo traspasar las medias, ansiosos; da la sensación de que con cada paso, irán mordiendo cada vena hasta reventarlas. Los pies me hormiguean, haciendo casi un suplicio el andar. Con dificultad, bajo el último de los escalones y vuelvo a verla. A sus pies, un vaso con restos de café y otro vacío. Presumo su necesidad y deposito el dinero guardado para el taxi en el vaso desocupado. Ni un solo gesto, como si no se hubiera dado cu

Acordes

La despertó el silencio. El día había amanecido crudo, en blanco y negro. Diminutas partículas de polvo se distinguían a través del desteñido rayo de luz que entraba por la ventana, flotando sin rumbo, abandonadas. Los ojos entre abiertos, la cama tibia, la boca seca, ningún dejo de olor a café, el oído aguzado. A lo lejos, el tintineo de unos ganchos de ropa chocando entre sí. El reloj marcando las diez de la mañana. La mente despierta y una sola certeza. Se ha ido. Miró al techo. Blanco. Negro el pensamiento. Gris la sensación. La respiración pausada se agitó diligente, como un tren en marcha. Cerró los ojos. Se llevó la mano hasta los labios. En un movimiento lento, como en una caricia, metió los dedos en su boca, con excepción del pulgar y ahogó un grito que le venía del pecho. No. De más hondo. Del estómago, de la sangre, de unos dientes clavados en el corazón. Sintió la punzada. Los ojos se abrieron grandes, el techo blanco, ni una lagrima, solo terror y desolación. La