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Una mujer. Muchas vidas.

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Ayúdame a tratarte como te mereces, le dice él, mientras ella se consuela la mejilla enrojecida por el golpe y baja la mirada. Un niño escucha los gritos detrás de la puerta con la llave de la cerradura puesta. Ha jurado a su abuela nunca salir de su habitación cuando su madre está ocupada. Una carga de vergüenza lo invade, no sabe bien por qué. Quizás sea el pavor que siente cuando oye pasos cercanos y se paraliza, o es la pena de no tener el coraje para salir a defender a su madre, o de ser tan niño, tan chiquito, y sentirse aún más pequeño detrás de esa puerta, escondido bajo la cama. Un hombre se tambalea, da tumbos, se golpea contra las paredes, se tropieza. La llave en la mano que intenta insertar sin éxito en la chapa de la puerta de la casa blanca de tejas rojas. Se cansa, sopla, resopla, mienta la madre a la puerta, la patea, grita ¡Puta puerta! Rebusca entre las llaves del llavero. Intenta con otra, nada. Se desespera. ¡Ábreme pendeja!, grita. Patea la pue

Su lado en silencio

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Despierto con su lado de la cama en silencio. Espacio vacío. El corazón truena como vasija de vidrio expuesta a un choque de temperaturas. Calor. Frío. Estalla, se quiebra. Nudo en el estómago en un intento de atrapar la esperanza hecha mariposa. ¡Rápido, se escapa! ¿Y si sólo ha ido por café para acompañarnos la mañana?                                   Respira.

La muerta

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Un ruido de tambor resuena en su interior y un grito de auxilio le taladra los oídos. No puede darse el lujo de detenerse a inquirir quién grita. El miedo la mantiene como motor de locomotora. Corre todo lo rápido que sus piernas le permiten. No se detiene, no piensa, corre. Los gritos de auxilio parecen perseguirla. Suelta el bolso en un intento de aligerarse y acelerar el paso. Avanza sin rumbo. La velocidad y el sudor le ciegan los ojos impidiendo ubicarse. Todo alrededor es borroso, impreciso. Nada importa, más que correr. Un paso más, más pasos. Avanzar. A cualquier lugar. Moverse, salir, no quedarse. Lograr llegar. Saltar. Alejarse, cambiar de acera. Huir.  El ruido de una bala le reventó directo en el corazón. ¿O había sido un cohete?  Un ruido de tambor fúnebre resuena en su interior.  Se tira al suelo, muerta. Los ojos cerrados, los músculos tensos, la boca seca, el tambor adentro, invadida por el miedo.  ¿Qué era, qué había sido? No pienses, se repite. 

Salta

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¡Salte de ahí, salte! Abre los ojos, Abre la puerta. Quítate de donde estas. Mientras no te apartes de ahí, seguirá doliendo. Si no corres seguirás pensando. Arráncate de raíz. Cámbiate de carril. Pásate a la otra acera. ¡Muévete!

Mariposa

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Debajo de tu piel habita una mariposa, alegre y libre tu boca roza abriendo alas como sonrisa. Alma alada extravagante, revolotea hipnotizante de la mano de tus ojos.

Tan natural

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Todo es tan natural, pensaba.                     [Oler y saborear palabras,                     ver el sonido de colores] Hasta que en cuenta cayó, que eso estándar no pasaba. Una falta de poda leyó, ¡qué joda parecía! La niña no era rara sinestésica crecía.

Suéltalo

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- ¿Quieres que te cuente algo? - Acaso tengo opción. - En realidad, no. - Entonces venga. ¿Quieres una copa? - Sí, está bien, una copa me viene bien. - Te escucho. - Hay algo que me tiene preocupada. Creo que ya no lo soporto. Me sabe mal hasta decirlo, pero de verdad ya no se me antoja. - ¿Estás hablando de…? - Sshhhhhh... no me lo menciones. Por ahora no. Siento que si lo nombro en voz alta, me arrepiento. Y aún no me convenzo de estar totalmente decidida a abandonarlo. - Siempre hay una primera vez. Un punto de quiebre. - Puede ser que tengas razón. - Claro que la tengo, no se necesita entender mucho para saberlo. - Perdóname por no deducir lo mismo a la primera. - Quizás un día lo logres. - ¿El qué? - El deducir algo a la primera. - Detesto cuando te pones demasiado lista. - Debes detestarme a diario. - No sé si eso fue sarcasmo o soberbia, pero elegiré pensar que fue lo primero, por mi bien y por el tuyo. - Tú sabes bien qué fue. - A veces

Rendición

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Observa como despierto encandilada por tus ojos. Pupilas negras de teatralidad inconmensurable. Una vida entera albergas en la mirada. A tus mundos invítame a bucear, que no temo extraviarme aunque me pierda. Abre la boca. Fauces de animal salvaje ahora manso. Dientes afilados que escurren miel. Enreda tu lengua en mi mundo y háblame de ti, no temo morir aunque me devores. Manos guerreras en brazos de lanza. Que un día dieron lucha y ahora abrazan. Ven, tiéndete a mi lado. Tu pecho espera. No hay rendición para quienes aman, ni corazón que tema aunque nos palpite el alma.

Tiempo

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Siempre hay tiempo, dice el segundero del reloj mientras febril se bambolea. La luna insiste en posarse en el café para que siga soñando. Conejo de largas horas, orejas, ojeras, besos y cola. Corre,  detente,  avanza. Persigues mañanas. Tiempo. Amaneces hoy. Presente el segundo que se muere aunque no lo vivas. Esa maldita eternidad del instante de una vida finita. Nadie sabe nada. Dulce ensueño de tomar el tiempo por los cuernos. Golpe mortal en la embestida, Aniquila. Herida que sangra segundos y forman horas. Charcos de la vida que quiso ser  y no tuvo tiempo.