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Mostrando entradas de 2015

Para que existas, existo

No te recuerdo, ni puedo dibujar tu rostro en los ojos de mi memoria, no recuerdo tu nombre, ni el apodo cariñoso que te di mientras te imaginaba entre mis sabanas, desconozco los nombres que te regalaron tus padres, tus amigos de la infancia o tu primer amor. Poco importa. Para ser honestos,  no sé de dónde eres, ni a dónde vas. Pero mi corazón tonto, cuando el fuego de la noche acaricia la luna,  escucha que las olas le susurran,  y sé que estas,  en alguna parte, en alguna ola. Y vibro. Nazco. Me resucito. Te siembro los pies en mi tierra, para que existas, te traigo a la vida, te dibujo un cuerpo, un rostro, y te calzo zapatos y te visto y te pongo nombre y apellido, e imagino tus pasos y tus caminos, y te veo amaneciendo conmigo. Nos hemos besado las ganas  sellando la suerte de encontrarnos. Despertamos  el destino, ignoro si es el mio, si soy el tuyo,  si somos el que nos corresponde. Botella, mar

Gotas

Gotas que caen de la regadera y estallan al tocar la baldosa fría de la ducha,  caen para perderse,  y diluirse en nada.  ¡Pobres gotas! Oídos que las escuchan a lo lejos y se acostumbran a su baile.  Indiferentes. Llueve, y escurren gotas por los ventanales,  sensuales,  lánguidas,  rendidas.  La cornisa forma sus propias gotas, que le recorren con suavidad toda la orilla,  palpan con delicadeza su rugosidad,  y con su apatía las ensucia en su camino,  dejándolas chorrear turbias. Las puntas de una rama seca se llena de gotas, que fluyen a lo largo de su cuerpo muerto, otorgándole apariencia de una vida simulada. Gotas,  fluidos,  humedad afuera,  a lo lejos y en mis adentros,                                                     y tú impasible como un paraguas.   Llueve,  goteo,  me escurro, sola,                                                   cuando quiero mojarme contigo. 

Pecado capital

Amanda sabía que escaparse no era la solución, pero en su alma adolescente el mundo se le había vuelto enorme y hacerle cara a la situación, una decisión para lo que no tenía valor. Había pecado, y lo sabía. Su madre la había cuidado con esmero preocupada por su futuro, poniendo todo su esfuerzo en hacer de ella, “una gran mujer, admirable y admirada”, como constantemente le repetía. A pesar de la vigilancia que le procuraba, Amanda había caído en uno de los pecados capitales, -el más perceptible, decía su madre-, tentada por un compañero de escuela, que poco a poco, con pequeñas dosis dulces, se había ido acercando a ella, volviéndose su mejor amigo. Braulio, era un muchacho con una gran inteligencia y de un físico espectacular y bien desarrollado, comparado con los jóvenes de su edad; sin embargo, su gran timidez lo mantenía alejado de los reflectores de los reyes adolescentes.  Habían sido compañeros desde el 5º año, y aunque se trataban con cordialidad, siempre se mantuv

Limosnera

La veo en la banqueta con su cara agachada y la vista entre sus piernas, recargada en la fina cantera que enmarca la cara frontal del edificio. Desconcertante. Nunca había visto indigentes en la puerta del complejo de oficinas. El bulto de tela que cubre a quien esté debajo, desentona con la pulcritud del ambiente alrededor.  Me dan ganas de sentarme a su lado; estoy exhausta, ha sido un día muy largo, antecedido de una vida prolongada sin un minuto de paz para tomar un descanso. Siento las abultadas varices de las piernas, como gusanos quemadores queriendo traspasar las medias, ansiosos; da la sensación de que con cada paso, irán mordiendo cada vena hasta reventarlas. Los pies me hormiguean, haciendo casi un suplicio el andar. Con dificultad, bajo el último de los escalones y vuelvo a verla. A sus pies, un vaso con restos de café y otro vacío. Presumo su necesidad y deposito el dinero guardado para el taxi en el vaso desocupado. Ni un solo gesto, como si no se hubiera dado cu

Acordes

La despertó el silencio. El día había amanecido crudo, en blanco y negro. Diminutas partículas de polvo se distinguían a través del desteñido rayo de luz que entraba por la ventana, flotando sin rumbo, abandonadas. Los ojos entre abiertos, la cama tibia, la boca seca, ningún dejo de olor a café, el oído aguzado. A lo lejos, el tintineo de unos ganchos de ropa chocando entre sí. El reloj marcando las diez de la mañana. La mente despierta y una sola certeza. Se ha ido. Miró al techo. Blanco. Negro el pensamiento. Gris la sensación. La respiración pausada se agitó diligente, como un tren en marcha. Cerró los ojos. Se llevó la mano hasta los labios. En un movimiento lento, como en una caricia, metió los dedos en su boca, con excepción del pulgar y ahogó un grito que le venía del pecho. No. De más hondo. Del estómago, de la sangre, de unos dientes clavados en el corazón. Sintió la punzada. Los ojos se abrieron grandes, el techo blanco, ni una lagrima, solo terror y desolación. La

Amor a la mano

Había sido una tarde de cielo celeste y rosados cuerpos. Besos desesperados, caricias que despertaban ternura y al siguiente instante deseos de arañar la piel. Los poros abiertos y receptivos como las ganas y las intenciones. Nada prohibido, salvo el hecho de estar ahí, juntos y separados de sus respectivas parejas. El tiempo apremiaba, seduciendo los sentidos a disfrutarse lento, capturándolo todo. Viviendo la eternidad que da el momento y la oportunidad. Les llegó la noche, en el momento en que se iluminaban de fiesta el sexo. Juegos pirotécnicos estallándoles en las entrañas. Fuego y júbilo. Miradas encendidas. Cuerpos extenuados y extasiados. Se bañaron juntos en silencio, compenetrados, disfrutando de enjuagarse las caricias clandestinas uno al otro. Dejando en su lugar, otras nuevas, limpias, con olor a jabón y agua tibia. La ropa fue cubriendo la desnudez de la complicidad, vistiéndolos de desconocidos, de los seres lejanos al cuarto de un hotel, los del m

Estrellas fugaces y eternas

Contrario a lo bonito, lo tierno, incluso lo idealista del amor; nosotros éramos pecado, gula, lujuria y perversión. Enamorados, pero no como lo entiende el mundo ni como lo viven los millones de seres que pasean por las calles tomados de la mano, mirándose a los ojos y besándose los labios, mientras en silencio y sin palabras se juran amor eterno. Nosotros, fuimos estrellas fugaces que se quemaron en el firmamento del infinito, y conocieron la eternidad del momento más amoroso y sublime del universo.

Los profesionales

Sonó mi celular. De reojo vi que era un mensaje de mi amiga Ana.  Desde la cama aún caliente, en medio de una mañana que ya se volvía tarde, lo abrí. “Revisa tu correo, te mandé los datos y los detalles de mi último plomero, creo que te puede resolver el asunto de la cañería, no hace más que el sucio indispensable, pero todo lo deja bien limpio después." Sin levantarme, despedí al carpintero que terminaba con el último trabajo de manera magistral. Había quedado completamente satisfecha.  Escuché la puerta al cerrarse y marcando el teléfono del recomendado de mi amiga, llamé, concertando una cita para el día siguiente a punto de las nueve y media de la mañana. Di un trago al café ya frío, que me había dejado mi marido hace tres horas en el buró antes de irse a trabajar. Bostecé y me estiré aún entre las sabanas. Tomé de nuevo el celular y le respondí a Ana el mensaje: “Amiga, te mando los datos de mi último carpintero. Hace unos trabajos de tallado muy deli

El tiempo

Era una tarde nublada, el viento corría fresco con caricias suaves sin despeinar. La Alhambra majestuosa de fondo y las horas escurriendo placidas mientras Amelia tomaba café absorta en las letras imaginadas por otro. Tenía treinta años y una vida bien vivida. Disfrutaba amanecer sin prisas y dormía con la sensación de no haber dejado cosas por hacer. Una voz grave y profunda, con un acento que no supo dónde colocar en el mapa, le incitó la curiosidad de levantar la vista y buscar a su dueño. Sus ojos se cruzaron con unas pestañas rizadas y coquetas que enmarcaban unos hermosos ojos castaños, sonrojándola. Sonrió entre nerviosa y avergonzada, y el mundo se paralizó en la eternidad de un instante. Se presentaron en silencio, sin un solo gesto de cabeza siquiera; dejaron un par de monedas cada uno en su respectiva mesa y se despidieron del café siguiéndose uno al otro por el camino que llevaba al centro, como sabiendo su destino. Sin palabras, se internaron en el hotel en d

Ganas de faltarle al respeto

A usted le haría el amor despacito, posándome encima suyo, escalándole el cuerpo desde las pantorrillas, descubriéndole los espacios suaves y los tensos, probándolo todo, sin verlo a la cara para no intimidarme. Acercaría mi oído a su pecho, para escucharle los latidos, le recorrería los dedos con toda la lengua, los chuparía uno a uno, sorbiéndole las cien mil horas escritas. Le recorrería con la punta de mi lengua los antebrazos siguiendo las líneas de las venas en un intento de explorar el ímpetu que le corre por cada una de ellas y que en cada palabra revela. Llegaría hasta sus hombros que se me antojan amplios, fuertes, seguros, y le besaría cada centímetro donde otros han palmeado agradecimientos, admiraciones, cariños o traiciones, para escurrirle miel y llenárselos de dulzura. Recorrería su cuello con pequeños y suaves mordiscos de mis labios por diversión, provocándole cosquillas y escalofríos, hasta llegar a su rostro y poder ver si es posible descubrir al hombre ínt