Hoy no tengo ganas de ser amable. Para colmo se me perdió una sábana el sábado por la mañana y ahora debo retomar su búsqueda. Mis frustraciones son amigas de mi casa. Me ponen a ordenar cosas. Es mi manera neurótica de calmar la mente cuando está en bullicio. Pero ordenar como consecuencia de estar buscando no me da la misma sensación de armonía. Es como tener dos caos al mismo tiempo. Se vuelve una actividad enredada, donde busco, no encuentro lo que busco, ordeno lo que encuentro que no busco, sigo buscando, sigo encontrando cosas que no quiero, me detengo a ver si las quiero o no las quiero, si las tiro, las regalo o las guardo, y en ese frenesí de abrir y cerrar cajones, se va volviendo más y más desordenado mi ser y mi micro mundo. La sábana es de cajón, o sea la que tiene elástico y cubre el colchón ¿dónde puede estar? Al principio pensé que no podía estar lejos de la sábana de taparse y de las fundas de las almohadas, porque eso sí está, y no hay lógica que es
Así empezó todo; así se volvió nada. Una cama de sábanas añejas, ya sin ansias. Un café, dos tazas, cuatro manos que no se tocaban. Miradas perdidas, sin ganas de encontrarse. Despertamos acostumbrados, ajenos a nosotros. Sin cuidado, sin cuidarnos. Cedimos a la dulce mecedora de lo conquistado. Sin percatarnos que nos oxidaba la rutina. Meciéndonos, nos volvimos olas de mares distantes. Era tanto nuestro silencio que cabían dos cuerpos, era tanto, que nos volvimos cuatro.
“Bienaventurados los que sufren porque de ellos será el Reino de los cielos. “ El calor indecente de mediados de Julio sube como lengua de fuego desde la planta de los pies, abrasa las piernas, quema las axilas hasta convertirse en aire infernal que revolotea caliente anunciando el arranque de la canícula. Los labios se deshidratan, se parten. Los orificios de la nariz arden al intentar respirar. La desolación apostada en el paisaje y en la vida cruje con resequedad, se quiebra. El alma pesa más en verano, se hincha como sapo, estorba. Las rodillas clavadas en el duro reclinatorio. Rosario con el libro de oraciones entre las manos, sustentando en ese pequeño objeto la fe de dejar atrás su profunda tristeza y hallar consuelo a los pies de su Dios de la Misericordia. Muchos años con el corazón lleno de pesadumbre como orinal sin vaciar, un corazón que le apesta y la pudre por dentro. Nadie con quien desahogar las lágrimas atascadas en el pecho. “Bueno le es al hombre llevar el yugo de