La muerta


Un ruido de tambor resuena en su interior y un grito de auxilio le taladra los oídos. No puede darse el lujo de detenerse a inquirir quién grita. El miedo la mantiene como motor de locomotora. Corre todo lo rápido que sus piernas le permiten. No se detiene, no piensa, corre. Los gritos de auxilio parecen perseguirla. Suelta el bolso en un intento de aligerarse y acelerar el paso. Avanza sin rumbo. La velocidad y el sudor le ciegan los ojos impidiendo ubicarse. Todo alrededor es borroso, impreciso. Nada importa, más que correr. Un paso más, más pasos. Avanzar. A cualquier lugar. Moverse, salir, no quedarse. Lograr llegar. Saltar. Alejarse, cambiar de acera. Huir. 


El ruido de una bala le reventó directo en el corazón. ¿O había sido un cohete? 
Un ruido de tambor fúnebre resuena en su interior. 
Se tira al suelo, muerta.
Los ojos cerrados, los músculos tensos, la boca seca, el tambor adentro, invadida por el miedo. 
¿Qué era, qué había sido? No pienses, se repite. 


En un casi silencio absoluto, el aire silba, ¿o era ella? 
Aguza el oído en busca de respuestas. 
Un ruido de tambor hondo resuena en su interior, hasta apagarse. ¿Quién era?


El silencio desnuda, intimida. 
Con miedo abrió los ojos, y ahí, frente a ella, una muerta que a veces vivía sin respirar, y otras, se hacía la muerte entre respiros.


Un ruido de un tambor resuena en su interior, y muere pausado, sin goce, sin prisa. 



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