A veces me sorprende haber llegado a vieja

A veces me sorprende haber llegado a ser adulto, pienso, mientras revuelvo lento pero con ansia cuadritos de gelatina de colores. Llega una edad en que el ritmo del cuerpo no acompasa con el de la mente. El tiempo de mi cuerpo trae retraso todos los días y mi mente por el contrario chispea curiosidad y deseo. 

Pongo música. Mis viejas caderas aún guardan buen compás. Aunque seguramente si me veo en el espejo me sentiré ridícula. Hace mucho que decidí utilizar poco esos burlones objetos. Me distorsionan. ¿Qué es más importante, cómo me veo o cómo me siento? Y yo me siento una jovencita, con piernas torneadas, senos firmes, pezones rosados, un vientre plano y cintura de avispa. A pesar de que por alguna razón que no quiero detenerme a comprender, la talla de mis pantalones digan otra cosa. ¡Son tontos!


Me visto cada día con los colores que mis neblinosos ojos desean ver. Así, soy un arcoíris, una mañana soleada, un día de playa, una feria, la lotería, el inicio de la primavera. Soy en resumen, una eterna fiel a mi principio de juventud: lo que quiero ser. 

Las ventajas de ser vieja, porque tiene sus ventajas, es que deja de importante lo que no es importante. Vives por ti y para ti, porque cada mañana se vuelve un milagro. No me mal interpreten, siempre lo fue; pero aunque parezca mentira, cuando los ojos mejor ven, ven menos. 

Cada mañana me despierto con el sol y salgo de la cama emocionada a hacer mío el día con un salto, (o así lo siento), todo cruje, pero nada me detiene. Cuando era joven, me debatía cada mañana entre la vida y las colchas. Hoy, no hay debates. Me decanto siempre por la vida. 

La bendición más grande de llegar a vieja, se los digo, es que la infancia se te instala en el cuerpo, y todo se vuelve nuevo, se hace posible de tan imposible. Porque cuando se te vuelve certeza la muerte, se te vuelve cierta la vida. 

También hay otra ventaja cuando te haces mayor, ya no duelen las canciones que no te cantaron, porque para eso estas tú. Y aquí estoy yo, escuchando a Martín Urrieta cantando 

“Compréndala” y berreamos juntos:
Compréndala señor, esta mimada 
Pues yo, que con locura la adoraba 
En pétalos de rosa la acostaba…

Sueño que canto, y cantando sueño mi cama llena de flores.


Hablando de sueños, algunos pensarán que eso se acaba con la vejez. Hay que serlo para saber que no hay nada más errado. Se sueña más y se cumple más. La razón es sencilla y tiene nombre y apellido: Tiempo contrapuesto. 

El tiempo, se vuelve a elección tu aliado o tú rival. Así que tomas todos los atajos posibles en el camino. Si te urge llegar, ¿quién se detiene a pensar si es peligroso, arriesgado, agotador, bien visto, de buenas costumbres o buenas familias, sano o si te saldrá bien? Solo quieres, y llegas. Y yo, de paso me río de lo buena que me he vuelto manejando, aunque ya no tenga coche. Vamos, que si yo hubiera nacido vieja, sin duda habría sido un gran piloto de Fórmula 1. 

He de decir, que en estos últimos años, he tenido mi ciclo de mayor eficiencia como dicen los ejecutivos modernos. Lo que me convierte en una anciana exitosa. ¡Quién lo iba a pensar! Supongo que a todos nos llega nuestro momento de plenitud. 

Plenitud, que hermosa palabra. Alguien con suficiente experiencia nos debería de explicar en cada etapa de nuestra vida que se puede ser pleno siempre, que es una elección, una decisión y no una circunstancia. Pero pasa lo mismo que con la vista. Cuando el oído mejor escucha, no escucha más que sus propios pensamientos. 

¿Qué si me arrepiento de algo? De no haber nacido vieja, jajaja. No, la verdad es que no pienso en eso. No me hace falta y tampoco cabe esa pregunta en mi tiempo. Soy lo que soy por lo que viví. Si quitara algo del rompecabezas de mi vida, no sería una vieja feliz.
Quizás, les parezco una vieja demasiado optimista, pero no lo soy, y tampoco me importa si lo creen. Soy una vieja muy vieja para hacer nostalgia del pasado, aunque las cicatrices me dicen que existió. A veces me las recorro con las yemas de los dedos, las acaricio, y constato que todas están cerradas. Hago memoria de cada una, y a mi mente solo vienen recuerdos de compañía, amor, cuidados, risas, ternura, caricias, besos en la frente. Debe ser que el sufrimiento por más afanoso es transitorio o que al haber poca capacidad para almacenar recuerdos, el amor le gana al dolor.

 ¡Ay, qué maravilla el amor!

El amor en la vejez sabe a pan con mantequilla, a dos tazas de café con leche, a ¿ya te tomaste tus medicinas? Suena a risas, a anécdotas, a ruidosas jugadas de cartas, a dos pasos y un golpe de bastón. Sabe a compañía. A caricias, porque las manos viejas y los cuerpos arrugados también se acarician. Porque los labios colgados embonan y entibian los senos en el mismo estado. El amor a esta edad huele a talco, se siente como brisa y se vive lento como los pasos, sin prisa.


¿El futuro? Todo, de este momento hasta cerrar los ojos y quedarme dormida. 



Entradas populares de este blog

La sábana

Distancia