La ciudad me recibió como de costumbre con un tráfico pesado y ruidoso y el taxi del aeropuerto cargado de ese olor taladrante de los aromatizantes baratos, obligándome a bajar la ventana para no ahogarme. La ropa ligera propia del calor en Monterrey desentonaba con el clima frío y lluvioso de la Ciudad de México que se coló por los botones de mi blusa erizándome la piel. Los pies congelados fueron mi peor acompañante durante todo el trayecto; y mi refugio, la imagen de un baño caliente lleno de vapor que reconfortara la temperatura de mi cuerpo.
El olor suave y armonioso del hotel me dio la bienvenida. Me
registré con prisa y subí a la habitación a dejar mi equipaje, darme una ducha para entrar en calor, para después bajar a
cenar algo al restaurante y leer un rato.
Al salir del baño era aún temprano. La amplia cama con sus
edredones blancos inmaculados me invitaron a reposar la desnudez de mi aun
húmedo cuerpo, hasta dejar que la última gota de agua se secara con el aire
artificial de la habitación. Sin prisa, fui cubriendo mi cuerpo de crema y dando
tiempo a que mi piel la absorbiera, abandoné las sabanas y me arreglé el pelo.
Elegí un vestido de terciopelo ceñido al cuerpo en colores
ámbar, marrón y algo de verde olivo; unas medias en el mismo tono de verde, sin
bragas –un gusto que me parece tan sexy-
y unos zapatos altos de tacón.
Antes de dejar la habitación, levanté el vestido para
desenrollar el elástico de las medias en la cintura y pasé una mirada tímida
sobre mi propio sexo que se asomaba ligeramente oscuro entre la transparencia
de las medias color olivo. Disfruté del reflejo que me devolvía el espejo. Me
observé de arriba abajo, más que como una crítica, cautivándome la mirada de mi
propia imagen. Me sedujo la sensación del terciopelo en las yemas de los dedos,
llevándome a dibujar laberintos al acariciarme el cuerpo. Mis movimientos
fueron lentos, desde los senos, que pronto se tensaron sutiles, bajando luego
por mi vientre hasta encontrarme de nuevo con mi sexo, disfrutando la textura
fascinante del vestido y de mi propio cuerpo. Admito que me excité, sentí
humedecerme entre las piernas y pude percibir el ligero aroma de la sensualidad
de mis humedades. Sensación que siempre me ha parecido placentera, me hace
sentir viva.
Por ese entonces llevaba el cabello largo, rubio, en ondas
suaves, que combinaba perfecto con el atuendo de esa noche, lo acomodé
cuidadosamente sobre mis hombros y las puntas casi rozaban con mis pezones. Me
retoqué el labial, usando un tono anaranjado ocre que resaltaba perfecto la
voluptuosidad de mis labios.
Haciendo uso de mi altura, salí garbosa sintiéndome una
diosa, con el libro en la mano y la tarjeta del hotel. Me miré una vez más en
el espejo del elevador y sonreí, me coqueteaba a mí misma: ¡no tengo remedio!
Esperé a que bajara los pisos hasta la planta baja en donde se ubicaba el
restaurante. Sin prisa dejé que se abrieran las puertas del elevador y salí
sintiéndome una artista de cine, contoneándome coqueta en cada paso al cruzar
el lobby. Disfruté las miradas que se posaban en mí, recorriéndome toda. Me
volví a mojar.
En la entrada del restaurante, di una rápida mirada a los
comensales, había varios hombres sentados solos y mi mente aventurera comenzó a
fantasear. Elegí una mesa no muy alejada de las que estaban ya ocupadas pero
con la suficiente distancia como para poder controlar la vista general. Esperé
a que me retiraran la silla y me senté cruzando las piernas y dejando que la
abertura lateral de mi vestido dejara ver gran parte de mi pierna.
Consciente de seducir con cada movimiento, sin tener aún
ningún objetivo definido, abrí el libro que llevaba, saqué un cigarrillo, en
ese tiempo aún se podía fumar en lugares cerrados y esperé a que llegara un
mesero a encendérmelo, concentrada en mi lectura. Escuché el chasquido del
encendedor, me acerque con el cigarro entre los labios y succioné imaginando
que era otra cosa la que hacía. Pedí un café, un vaso con agua y el menú.
Cuando llegó mi cena, dejé el libro a un lado, y como si el
tiempo no existiera comencé a disfrutar del filete que había ordenado. Me
gustan las carnes que sangran en cada corte de cuchillo, me enamora a la vista
y me seduce en la boca. Mi lengua saboreaba cada bocado, como si fuera el
primero o el último, mientras levantaba la vista observando al resto de los
comensales, cruzándome con algunas miradas, como cazadora analizando a su próxima
presa; hasta que me topé con la que buscaba sin saberlo, y le sonreí sutil. Una
sonrisa inocente que contrastaba con el brillo rabioso de mis ojos, que él no
alcanzó a distinguir. Lo recorrí de arriba a abajo con descaro, mientras mis
ojos se tornaban dulces, núbiles; dejando a propósito que mi cara se ruborizara
un poco al sentirse descubierta.
El resto de mi cena y la de él, continuó entre miradas y
sonrisas. En mi imaginación era él a quien devoraba con cada bocado. Su líquido
y su sabor cubrían toda mi boca como preámbulo del éxtasis.
Terminamos nuestras respectivas cenas casi al mismo tiempo,
él estaba atento a mis movimientos, llamé al mesero y pedí otro café con la
intención maliciosa de alargar el momento y hacerlo esperar. Hizo lo mismo,
sonriéndome con aire de tonta complicidad.
Lo tomé con calma, volviendo a mi lectura en un aire indiferente,
sin dejar de levantar la mirada en ciertos momentos, marcando mi territorio;
aprovechando para dejar salir el humo de entre mis labios, anunciándole en
silencio que tuviera paciencia, que todo llegaría. Me gusta la sensación de
control que ejerzo en esos momentos, es como ser dueña del teatro y de las
marionetas, es una idea un poco perversa, pero me excita.
Volví a hacer señas al mesero, esta vez moviendo mi mano para
hacerle saber que quería mi cuenta. Levanté la mirada y vi que él hacía lo
mismo. Es mío -me dije- con cierto gozo. Que fáciles son los hombres, que
predecibles y por tanto divinos. Firmé la cuenta y preparé mis cosas con la
suficiente lentitud para dar tiempo a que él también arreglara las suyas y salí
del restaurante consciente que venía detrás de mí, viéndome las caderas, por
decir lo menos. Disfruté contonearme para él. Imaginar las carnes de mis nalgas
moviéndose bajo el fino terciopelo ante el placer de su mirada.
Ni una palabra, ni un gesto de mi parte que diera un indicio
a su ego, de cuál podría ser el desenlace.
Se abrió la puerta del elevador, hubo un buenas noches muy
formal, al que respondí de la misma manera, sin voltear a verlo. Me adelanté y
presioné el botón del piso de mi habitación.
- Vamos
al mismo, lo escuché decir. No respondí.
Llegamos al piso marcado y salimos al pasillo, giré
lentamente hacia la derecha donde estaba mi número de habitación. Y lo escuché
decir con una voz varonil que parecía muy segura.
- ¿Vamos a tu cuarto o al mío?
Me detuve y me giré quedando frente a él. Un hombre de más de
un metro noventa frente a mí, y mucho más cerca de lo que sentía que estaba
antes de girarme. Al tuyo, dije con el tono de voz más decidido que encontré.
Lo seguí con aire casual por el pasillo que quedaba hacia la izquierda de los
elevadores. Fingiendo que aquella escena era tan natural como caminar en el
parque. Llegamos a la puerta de la habitación número 4018, lo vi nervioso buscando
la tarjeta para abrir; sonreí para mis adentros, imaginándolo como un conejo
entre mis fauces.
Entramos, nos vimos de frente. Me llamo Marco dijo, y lo
interrumpí. Sin nombres, no nos volveremos a ver, no es mi
intención y tampoco la tuya. Vi que le tomó por sorpresa pero se compuso de inmediato,
aceptándolo sin objetar.
Me tomó de la cintura, acercándome a su cuerpo y me beso
salvaje, con torpeza al principio pero sin intención de sutilezas. Nos
mordíamos los labios y el cuello. Me levanto el vestido, tocando directamente
mi entrepierna, me dejé tocar.
Con el ánimo atrevido, me quite el vestido, dejando solo el
sostén color vino tinto de terciopelo y las medias. Mi mirada era provocadora, feroz,
de puta, invitándolo a excitarse, a descontrolarse por completo.
De pie, tocándonos desesperados, hambrientos; él completamente
vestido y yo extasiada disfrutando sus manos temblorosas y desconocidas recorriendo
la desnudez de mi cuerpo. El arrebato se apoderaba de nosotros.
Comenzó a desabotonarse la camisa. Levanté la pierna y la
subí a la cama, dejando expuesto mi sexo debajo de la transparencia de las
medias. Y comencé a acariciarme con toda la mano, mojando instantáneamente el
puente en la entrepierna. Él me observaba desesperado, mientras intentaba desvestirse;
zapatos, cinturón, camisa. Mis ojos descarados fijos en los suyos, acompañados
de una sonrisa entre juguetona y burlona al ver su desespero.
Rómpelas, le dije, antes de que se terminara de quitar toda
la ropa. Me tiro en la cama, abrió mis piernas y con las dos manos rompió las
medias mojadas.
Hundió la lengua en mi sexo buscando mi clítoris, lo succionó
y soltó repetidas veces hasta dejarlo expuesto, duro. La sangre se me agolpaba
justo ahí, palpitante, como si fuera a estallar. Pasó su lengua completa por las
ingles, por la parte interna de mis labios, despacio, saboreando los bordes y
los rincones, chupándolos entre pequeñas mordidas con sus labios, me estremecía
con cada roce.
Terminó de hacer jirones las medias y sentí como la punta de
su lengua entraba a mi vagina, decidida, profunda. Con gran habilidad
intercalaba sus dedos conquistando cada orificio, mientras su lengua atendía
diligente el botón de mi clítoris. El
fuego se extendió por mis entrañas, hasta sentir que el calor me invadió por
completo. La pasión en aumento, el descaro del momento llenándome el cuerpo de
vapores de deseo, un gozo autentico y carnal, lujuria pura; a fin de cuentas,
dos extraños.
Disfruté extasiada la humedad de su lengua empapando mi sexo,
mezclando su saliva con mis fluidos, deseando con cada lengüetazo explotar por
dentro y escurrirme en su boca. Más y más humedad salía de mi interior, lo que
lo invitaba a succionar la miel que me brotaba con furia absoluta. El primer
orgasmo no tardó en venir, me retorcí arqueando la espalda y despegando mis
caderas de las sábanas, aferrada a la primera almohada que pude tentar. Con los
ojos cerrados, exhalé un gemido hondo y fuerte, un placer intenso se apoderó de
mí. Contagiándolo.
Como pudo se quitó los pantalones y levantando mis piernas me
tomó firme, hasta el fondo, de una sola embestida. Mi cuerpo lo recibió húmedo,
cálido, relajado, abierto… deliciosamente abierto. Mordía mis pezones y mi boca
como niño hambriento, excitado, excitante. Sentí como todo se gestaba de nuevo
en mi interior, el placer crecía y volví a gritar extasiada con el segundo
orgasmo. Quería más.
Jadeantes, y sin dejar de penetrarme, me giró, poniéndome de
espaldas. Levanté mis nalgas para recibirlo mejor; una, dos, tres, cuatro
veces. Seguíamos imparables, mi creciente humedad lo incitaba y lo ayudaba a
continuar rozando cada centímetro de las paredes de mí interior; entrando,
saliendo, caliente. Una potra salvaje y en celo a su entera disposición.
Chupé mis dedos y los bajé hasta mi entrepierna, tocándome en
círculos. Quería provocar el siguiente orgasmo. Él apretaba con fuerza mis
caderas con sus manos en cada arremetida, como si quisiera atravesarme.
Un azote con la palma de su mano me tomo por sorpresa, gemí
de gusto. Imaginé como se vería la marca en mis nalgas blancas y me sacudí de
placer. Eso le dio confianza para darme otro con más fuerza; sentí mi nalga
caliente dilatando el gozo y la excitación, no pude aguantar más, múltiples
orgasmos reventaron en mi interior.
Gemía y temblaba, la respiración agitada, la boca seca; sin
embargo sentía todo un mar haciéndome olas en la playa nocturna de mi intimidad.
Su pene se ensanchaba adentro de mí, lo sentía palpitar, embravecerse. Cerré
los ojos para disfrutar el momento, un ruido gutural salió de su boca que dejó
escapar un soplo de vida o de muerte; y luego, su semen caliente inundó mis
entrañas. Él seguía entrando y saliendo firme, las paredes de mi vulva como ventosas
alrededor de su falo, exprimiéndole la última gota de ímpetu, hasta encallar.
Extasiados y exhaustos nos tiramos en la cama entre las sabanas
revueltas, nuestros sexos agotados, expuestos sin pudor en absoluto silencio, escuchándonos
la respiración aún agitada, esperando a que volviera una normalidad
inexistente.
Mi cuerpo se recompuso de la hazaña con asombrosa rapidez. Me
levanté de la cama, me enfundé el vestido y ante su mirada de desconcierto, le
dije buenas noches, y me fui.
Atrás se quedaron las medias rotas, un cuerpo trémulo, y una
voz aún sin fuerza que decía, Gracias.
Que buen texto, excitante, detallado y sin vulgaridades, entregado
ResponderEliminarMuy agradecida Edgar por regalarle tiempo a mis letras y por dejarte seducir por ellas.
EliminarNo es difícil no dejarse atrapar por tus palabras que fluyen de forma auténtica y sobre todo excitan por manifestar cristalinamente como una mujer vive y disfruta su sexualidad y su deseo. En lo personal me gusta muchobleer los relatos eróticos en voces femeninas, ya que los encuentro didácticos para lograr empatar dos deseos, y una sola forma de sexualizarse entre dos personas...
EliminarNo es difícil no dejarse atrapar por tus palabras que fluyen de forma auténtica y sobre todo excitan por manifestar cristalinamente como una mujer vive y disfruta su sexualidad y su deseo. En lo personal me gusta muchobleer los relatos eróticos en voces femeninas, ya que los encuentro didácticos para lograr empatar dos deseos, y una sola forma de sexualizarse entre dos personas...
EliminarQué bonito lo expresa usted!! Gracias infinitas! Me alientan mucho sus generosas palabras!
EliminarNo pude menos que admirar al personaje llamado Marco (sin nombre), muy estoico desde el punto de vista masculino se dejó seducir casi con arte. Asi hace usted que uno se traslade a la escena convirtiéndose uno en un sin nombre. Exquisito.
EliminarMi bello paisano, gracias por tus comentarios y más por siempre leerme! Es un gran placer para mi!
EliminarExcelente, como siempre sutil
Eliminarorales !!!!! me tuviste 5 minutos mas que atento a tu escrito
ResponderEliminar.. Se las voy a hacer más larga (la lectura) para que me regale más de su tiempo... Besos y gracias!
Eliminaracabo de vivirlo... gracias por compartir..
ResponderEliminar@jjuarezm70
Gracias a ti por permitirte gozarlo hasta el final! Un placer para mi contar con tu lectura... Besos
EliminarDe una lectora empedernida como tú, no esperaba algo menos. Un texto ameno, rico en detalles y lenguaje. Aunque nunca muestras tu cara, es díficl no imaginarte. Fue un buen "break", a mitad de mi jornada laboral. Saludos
ResponderEliminarAgradecida por el tiempo de leerme y comentarme! Un placer saber que lo disfrutaste!
EliminarGracias Az... Como El mismo sólo " gracias" Único, que ponctua esos cambios acendantes de orgasmos, en "territorios marcados". Marcados de colore ámbar, marrones verdes olivos.
ResponderEliminarDelicioso y instructivo. Además de delectar, se me da ideas!
Claude.
Muchas gracias por leerme! Un placer compartir fantasías!
EliminarGracias Az... Como El mismo sólo " gracias" Único, que ponctua esos cambios acendantes de orgasmos, en "territorios marcados". Marcados de colore ámbar, marrones verdes olivos.
ResponderEliminarDelicioso y instructivo. Además de delectar, se me da ideas!
Claude.
Excitante.. Y delicado.. Excelente narración.! Fascinante como siempre..
ResponderEliminarMuchas gracias Fede, un placer ser leída!
EliminarWow... Como siempre, excelsa...
ResponderEliminarGracias por leerme! Un abrazo!
EliminarWow... Como siempre, excelsa...
ResponderEliminarEstrepitoso final, toda una odisea, por los caminos del placer y la lujuria, de un momento jadeante, a una despedida tan fría, como el agua helada que pasa por tu garganta.
ResponderEliminarCreativa y deslumbrante en tus letras.
Gracias por permitirme, ser parte de tus lectores.
Me encanta el comparativo que haces, pues es justo lo que quería transmitir, el contraste entre el calor de la pasión y el frío de la racionalidad. Gracias infinitas por leerme, por sentir las letras y la historia!
EliminarMuy, muy bueno el texto. Hoy lo releo y debo decir: Gracias. Más textos como éstos señorita Miel. Nos tiene atrapados. ;)
ResponderEliminarMuchisimas gracias! Es un placer escribir, espero poder tener más letras, más seguido, un abrazo!
EliminarMuy, muy bueno el texto. Hoy lo releo y debo decir: Gracias. Más textos como éstos señorita Miel. Nos tiene atrapados. ;)
ResponderEliminarGracias señor escritor. Un gran halago viniendo de usted.
EliminarLindo texto, imposible parar de leer.
ResponderEliminarTanto tiempo de seguir y apenas descubro tu blog. Vendré. Leerte más a menudo.
@mduranqro
...buen relato erótico y una vez más el mar.
ResponderEliminarSugeriste no leer en horario laboral, pero soy rebelde y aquí estoy excitado a mitad de horario laboral. Relato maravilloso
ResponderEliminarMuchas gracias Eduardo por leerme
EliminarComo en todo buen texto hay fraces que marcan y no se olvidan como `Que fáciles son los hombres, que predecibles y por lo tanto divinos`
ResponderEliminarGracias!!! Me gusta que haya esa frase que salte y se quede!
EliminarDefinitivamente disfruté la historia. No pude evitar creerme el protagonista, creo que eso me pasa en todo lo que leo. Pero éste especialmente lo disfruté. Gracias.
ResponderEliminarMe alegra mucho leer que pudiste adentrarte en la historia hasta casi vivirla. Gracias
ResponderEliminarWow, excitante, directo, sensual, toda una puta y toda una dama al mismo tiempo. Te imaginé con tanto detalle que ahora tengo una erección pensando en ti.
ResponderEliminarUn texto que atrapa a ser leído, acertado y sensual, muy bien escrito, felicidades, continúa escribiendo para que nos embriaguez con tus lecturas.
ResponderEliminarSencillamente gracias, es erótico y sublime a la vez, llevar al lector a un éxtasis más allá, es magico y genial de tu parte.
ResponderEliminarPoderoso y vibrante tu relato...que dura muy poco. Vengan los demas episodios, gracias!
ResponderEliminarGracias
ResponderEliminarNo soy muy ávido a la lectura pero me no me pude parar hasta el final que excelente narrativa, gracias por compartir
ResponderEliminarLe saluda @SoniaDF de Twitter, Azafrán Hermosa. Me gustó y estimuló mi mente su relato erótico. No hay duda que esa noche fue intensa. Gracias por compartirlo. Besos Hermosa.
ResponderEliminarMuy interesante, Azafrán. Veo que su miel no se termina. Muchas gracias.
ResponderEliminar@PedroSangtz de Twitter