La ciudad me recibió como de costumbre con un tráfico pesado y ruidoso y el taxi del aeropuerto cargado de ese olor taladrante de los aromatizantes baratos, obligándome a bajar la ventana para no ahogarme. La ropa ligera propia del calor en Monterrey desentonaba con el clima frío y lluvioso de la Ciudad de México que se coló por los botones de mi blusa erizándome la piel. Los pies congelados fueron mi peor acompañante durante todo el trayecto; y mi refugio, la imagen de un baño caliente lleno de vapor que reconfortara la temperatura de mi cuerpo. El olor suave y armonioso del hotel me dio la bienvenida. Me registré con prisa y subí a la habitación a dejar mi equipaje, darme una ducha para entrar en calor, para después bajar a cenar algo al restaurante y leer un rato. Al salir del baño era aún temprano. La amplia cama con sus edredones blancos inmaculados me invitaron a reposar la desnudez de mi aun húmedo cuerpo, hasta dejar que la última gota de agua se secara con el ai
Manjares y otros placeres