Había sido una tarde de cielo celeste y rosados cuerpos. Besos desesperados, caricias que despertaban ternura y al siguiente instante deseos de arañar la piel. Los poros abiertos y receptivos como las ganas y las intenciones. Nada prohibido, salvo el hecho de estar ahí, juntos y separados de sus respectivas parejas. El tiempo apremiaba, seduciendo los sentidos a disfrutarse lento, capturándolo todo. Viviendo la eternidad que da el momento y la oportunidad. Les llegó la noche, en el momento en que se iluminaban de fiesta el sexo. Juegos pirotécnicos estallándoles en las entrañas. Fuego y júbilo. Miradas encendidas. Cuerpos extenuados y extasiados. Se bañaron juntos en silencio, compenetrados, disfrutando de enjuagarse las caricias clandestinas uno al otro. Dejando en su lugar, otras nuevas, limpias, con olor a jabón y agua tibia. La ropa fue cubriendo la desnudez de la complicidad, vistiéndolos de desconocidos, de los seres lejanos al cuarto de un hotel, los del m
Manjares y otros placeres