Una llamada bastó para ponernos
de acuerdo. Cuando se habla de sexo, siempre nos ha sido sencillo organizarnos
en todo.
Acordamos un punto medio, un
viaje rápido. La misma ciudad y la misma suite de siempre. Sala, bar, comedor,
una amplia habitación, jacuzzi y una espectacular terraza con vista a la
ciudad.
Cada espacio con sus recuerdos
que me vuelven a humedecer de repasarlos.
Medias rotas sobre el sillón de
cuero de la sala, juguetes mezclados con botellas, vasos y copas en el bar,
frutas estrujadas sobre la mesa de mármol del comedor y la sensación nítida de
tu lengua lamiéndolas de mis nalgas y de mi espalda, mientras todo mi cuerpo se
estremece al tenor de tu boca.
Contigo, todo mi cuerpo es un
néctar por dentro y por fuera.
Vestido a penas ligeramente
arriba de la rodilla, corseé y medias discretas, nada debajo de ellas. Tacones
altos. A penas una ligera maleta con lo indispensable. Parezco más una
ejecutiva que viaja a una reunión de trabajo, que alguien que planea tener un
encuentro sexual.
El viaje transcurre normal. Todos
a mí alrededor pendientes de sus cosas, luciendo ocupados. Yo procurando
relajarme cómodamente en el sillón y leer, pero en mi interior se gesta una
revolución de emociones de pensar en tus manos manteniéndome húmeda la hora
completa de vuelo. Me sonrojo, lo siento en mi rostro.
Anuncian el aterrizaje, sin
demoras y poco a poco vamos saliendo de nuestro asiento. Soy de las primeras.
Camino muy erguida y
contoneándome. La mayoría de los pasajeros son hombres y vienen detrás de mí.
Me gusta provocar, sobre todo a esas horas primeras de la mañana.
Sé que te gustaría verme así. Te
imagino observando todo a distancia. Me mojo aún más y mis pezones respingan
divertidos. Me emociona pensar que se marcan en la delgada tela del vestido.
No tengo que esperar la maleta,
así que me dirijo directamente a la salida. Ya está el coche esperando por mí,
el mismo chofer cómplice de todas nuestras aventuras me da los buenos días.
Me sonrojo ligeramente nada más
de verlo. Aún no puedo evitarlo. Nos ha visto en múltiples actividades
aventuradas. “Tendríamos que matarlo”,
te he dicho en broma en más de una ocasión, sabe demasiado. Y me río para mis
adentros de mi propio chiste.
Conforme nos acercamos al hotel,
mi excitación se incrementa. Me gustaría soltar un gemido, sólo para relajarme,
pero el pobre Don Andrés no está en edad para esos sustos.
Llegamos.
Entran y salen personas en el
hotel. Hay mucho ajetreo, se nota que es lunes.
En esta ocasión, no me esperas
como otras veces ni en el lobby ni en el restaurante. Me has pedido que suba a
la habitación. Pero antes has querido que pase por recepción a anunciarme.
Sabes que me molesta, pero te parece divertido. Me has pedido además, que me
pellizque los pezones antes de bajar del coche, no por encima de la ropa, sino
sacando cada teta de su lugar por el cuello del vestido y por si fuera poca
hazaña, me pides carraspear cuando lo haga. Asegurándote así que nuestro chofer
vuelva involuntariamente su mirada por el espejo retrovisor.
Cumplo todo al pie de la letra.
Soy igual o más perversa que tú y lo sabes, por eso nos gustamos tanto.
Llaman a la habitación. Para mi
sorpresa no me entregan ninguna llave. Sólo un simple “puede subir”, dándome el
número de habitación, que ya yo conozco, es lo que sale de los labios del
recepcionista, que aprovecha y mira de reojo mis pechos y la marca en la tela
de mis pezones. Lo miro fría y con recriminación y en sus ojos hay una leve
señal de disculpa.
Sabiéndome observada, me contoneo
por todo el lobby hasta el elevador, dejando que mis nalgas sin ropa interior
se muevan coquetamente bajo el vestido y pulso el botón para subir.
Toco la
puerta. Tardas un rato en abrir. Minutos que me parecen eternos y me ponen
ligeramente de mal humor. Odio la escena. Sé que lo sabes y que es parte de tu
juego de hoy. Pero el beso con el que me recibes hace que me olvide de
cualquier cosa, entregándome desde el primer roce de labios.
Te tengo un regalo, dices.
Y una caja de mediano tamaño
aparece en tus manos. A penas dejo mi maletín a un lado y la abro como niña
pequeña en navidad. Sabes lo que me gustan los regalos.
Desato la gruesa cinta
delicadamente y destapo la caja de forma cubica, encontrándome con una hermosa
cola de zorra dentro.
Eres tú quien la tomas y
volteándome de cara a la puerta me levantas el vestido y me separas las
piernas.
Comienzo a temblar de excitación.
Rompes las medias como siempre lo
haces, con pericia y desesperación y siento como tu mano se apodera de mi
entrepierna y tus dedos juegan un poco entre mis labios, provocándome aún más
humedad. Misma que utilizas para mojarme cada orificio. Dos dedos bailan a
entrar y salir y de pronto siento como algo grueso entra frio entre mis nalgas.
Me arqueo.
Una breve pero deliciosa punzada
de dolor hace que apriete y me apodere de mi nueva cola de zorra. Haciéndola
mía.
Una excitación enorme me
envuelve. Quiero verme. Pero tú me tienes aprisionada contra la puerta,
disfrutándome a tus anchas y moviéndome la cola de un lado al otro con tu mano.
Me quitas lentamente el vestido y
acercándote a mi oído me susurras, “Te tengo otro regalo”.
Utilizas la cinta con la que
estaba envuelta la caja para taparme los ojos. Es suficientemente ancha para
dejarme completamente ciega. Todo se vuelve oscuro.
Escucho que te alejas e
instintivamente me pongo a gatas y comienzo a recorrer la conocida habitación,
que ahora me parece un lugar extraño, donde tengo que ir tanteando mis
movimientos muy despacio.
Pienso mientras me arrastro en la
alfombra, a qué te referías con otro regalo. Será la venda, supongo y sigo
caminando, intentando no toparme con ningún mueble y hacerme daño.
La alfombra, aunque suave bajo
los pies, resulta un poco áspera en mis rodillas.
Intento mantenerme elegante,
distinguida, a pesar de mi posición. Calculando mis movimientos, procurándolos
sensuales, provocadores. No puedo asegurar que me observes, pero al mismo
tiempo dudo que te estés perdiendo del espectáculo.
Aprieto las nalgas. El peso de la
cola de zorra me desconcierta. Pero disfruto del cosquilleo que el pelo va
haciendo en mis piernas con cada movimiento.
Se me eriza la piel.
- Tengo sed, te digo y cuidadosamente me pasas una copa que supongo es champagne pero que resulta ser sólo agua.
Me diriges con tus pasos a la
habitación, hasta que mis manos sienten la cama y me subo en ella sin perder la
posición.
Silencio.
Nada pasa.
Me quedo inmóvil sin siquiera
sentarme sobre mis muslos. No quiero estropear la cola. Debe verse
espectacular.
Detrás de mí siento el peso de tu
cuerpo sobre la cama y escucho el siseo al abrir de unas tijeras.
Se perfectamente que no me harás
daño, pero la condición en la que me encuentro hace que me ponga ligeramente
nerviosa y tensa. No me muevo ni un centímetro.
Frio a metal entre mis piernas.
Estas cortando lentamente el
puente de las medias, dejando todas mis nalgas y mi vulva al descubierto. La
licra de las medias recién recortadas se clava suavemente en mi piel. Me
imagino la escena desde tu perspectiva. Debes estar gozando.
Juegas con mi cola, que se mueve
en un vaivén entre derecha e izquierda. ¡Cómo me gustaría poder verme!
Un líquido frio cae sobre mi
espalda y luego tu lengua la disfruto sorbiéndolo. Aun así me escurre por los
costados y por entre las nalgas. Con una de tus manos detienes firmemente el
borde de la cola, mientras que con la otra juegas con mi entrepierna.
Ardo en deseos que me penetres y
lo sabes.
No castigas más el momento y me
embistes deliciosamente. Suave, delicado, pero firme, una y otra vez, cada vez
más duro, rítmico.
Me arqueo levantando las nalgas y
gimo desbocada.
Mis dedos buscan automáticamente
mi clítoris. Me alejas la mano de un ligero manotazo y regreso mi mano a la
cama, apretando las sabanas con fuerza.
Lanzo gritos y gemidos. Estoy
extasiada y por lo que siento entre mis piernas, tú también lo estas.
Extraño que no hables, que no
hagas ni un solo ruido. Que no me grites cosas obscenas, ni me digas que soy
tuya. Tu puta, tu consentida.
Entonces te lo pido, te suplico
que me lo digas. Necesito escucharte. Imploro por tus palabras una y otra vez,
pero permaneces inusualmente callado, aunque tu cuerpo grita lujuria, deseo y
pasión por mí.
Sientes como mis orgasmos van
llegando uno a uno, apretando, contrayendo las paredes de mi vagina, abrazando
tu pene duro dentro de mí. Haciéndote mío. Tatuándote entre espasmos mis ganas.
No me cambias en ningún momento
de posición. Mi cola de zorra sigue entre mis nalgas, bailando con cada
movimiento. El roce entre mis nalgas es exquisito. Pasan los minutos y mi
humedad no cesa, al contrario, se multiplica, haciendo que haya más juego entre
tu pene y mi vagina. Corre y resbala exquisitamente.
Otro orgasmo. He perdido la
cuenta pero un líquido recorre mis piernas, como chorros entrecortados que
mojan las sabanas. Lo celebras con una nalgada, que mi cuerpo recibe como un
acelerador.
Mi rostro pegado en la cama, mis
manos extendidas hacia el frente y mis nalgas muy erguidas dándote el placer de
un gran espectáculo. Puedes ver perfectamente como entras y sales, me rozas, me
enrojeces.
Con cada salida mis músculos se
contraen, haciendo más placentera cada una de tus entradas.
Tus movimientos se aceleran. Se
vuelven mucho más fuertes, placenteramente agresivos.
Otra nalgada. Ahora más fuerte,
más firme, más decidida.
Imagino como tu mano se marca en
mis nalgas. Arde.
Sólo atino a pedirte más, aunque
sé que eso es lo que harás.
Una arremetida profunda, honda, y
te vuelves líquido caliente dentro de mí. Explotas. Siento el temblor en tu
cuerpo, en tus manos. Me fascina, me calienta aún más.
Pero ni en ese momento sueltas ni
un solo gruñido. Silencio total. Solo tu cuerpo me habla y me revela que tu
placer es igual de intenso al mío.
Estoy empapada. Bañada en sudor.
Sé que tu estas igual, he sentido caer gotas de sudor sobre mis nalgas y
espalda.
Estoy exhausta, pero no por eso menos
caliente.
Me siento sedienta. Deseo que tus
besos mojen mis labios. Pero no me muevo, ni pronuncio palabra alguna. Solo se
escucha mi respiración entrecortada. Jadeo.
Lentamente desatas la venda de
mis ojos. Mantengo mi cabeza inmóvil. Viendo hacia el frente. El listón cae de
mis ojos sobre la cama y aunque me tardo unos segundos en acostumbrarme a la
poca luz que hay en la habitación, te veo sentado en el sofá frente a la cama.
Completamente vestido, visiblemente excitado y con la mirada completamente
extasiada.
ufff!!!! excitante relato... haces que los que lo lean sean los protagonistas, así como me imagine yo ... Jimmy
ResponderEliminarUn relato que abraza los sentidos y embellece al lector, dándole detalles de una caliente y rica escena de erotismo y deleite
ResponderEliminarEres muy buena escribiendo, es un deleite leerte aquí y en el Twitter
ResponderEliminarExcelente como todos tus relatos!
ResponderEliminarvoy a soñar con ésa cola de zorra!
Besitos preciosa!
:3
Maravilloso, como el buen vino, con el tiempo adquieres cuerpo y sabor.
ResponderEliminarVi.
excelente !!!! si me hizo leerlo hasta el final
ResponderEliminarcomo dije, el relato te mete en el papel y hace que la imaginación vuele y un poquito mas .. y ese poquito mas es a tu saludo!! así que el "poquito mas" va dedicado a ti...
ResponderEliminar@jjuarezm70
Muchas gracias por leerme!!! Y Provecho! :)
EliminarIncreíble la forma en que redactas el entorno. Felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias! Un placer saber que lo disfrutaste...
Eliminarmmm jalarte la cola y chuparte es todo lo que se me pasa por la mente en este momento mmm
ResponderEliminarMás que increíble bella dama...
ResponderEliminarMuchas gracias!
EliminarEn mi adolescencia gustaba de la lectura erótica, las revistas para "adultos" eran realmente inalcanzables para adquirirlos con mis domingos y las películas porno, ni hablar de ellas, totalmente fuera de mi alcance, lo único que tenia eran unos libritos que me conseguía con mi revistero de segunda mano, los cuales siempre estaban a la mano pues muy pocos los compraban, "son puras letras" decía el dependiente.
ResponderEliminarEntre mi afición por la lectura y mi imaginación (que tenia el techo muy alto) me pasaba unas tardes calenturientas en mi cabaña de la azotea de la casa paterna, de tres a cuatro orgasmos por librito lograba obtener.
Desde entonces no disfrutaba tanto una lectura erótica, buena narrativa, con una excelente introducción, un desarrollo que obliga a terminar de leerlo hasta ese desenlace final tan inesperado.
Cuando describes el cuerpo de la zorra, parecieras describir tu cuerpo, tus esplendorosas extremidades inferiores, rematadas por unas jocosas y redondas nalgas capaces de llevar al éxtasis a cualquier mortal.
Felicitaciones por tan excelente cuento, saludos